martes, 12 de mayo de 2009

FERNANDO LUGO, DEMASIADO PANTALONES BAJO LA SOTANA

¿Demasiados pantalones bajo la sotana?


Por Carlos A. Sarabia Barrera*

Flaquezas en la sacristía… y fuera de ella

ANTECEDENTES Cavilé mucho antes de escribir este artículo porque, pensé, podría meterme en camisa de once varas. Por eso pasé la noche de viernes a sábado discerniendo los pros y contras de tratar asuntos relacionados con la Iglesia y los sacerdotes.

Al amanecer ya tenía la respuesta, muy clara: ¿por qué no he de opinar en cuestiones que dañan la credibilidad de la Iglesia y minan la fe de los católicos si soy miembro de ella y fui laico comprometido? Aquella noche reflexioné largamente si el celibato había influido en los casos de Fernando Lugo, Alberto Cutié y muchos que conozco. Concluí que no. Más adelante les explicaré porqué. También deduje que dichos escándalos no son suficientes para que la Iglesia abra el debate sobre el celibato. Pensar de otra forma es no conocer cómo se maneja la Iglesia. Sin duda, durante el pontificado de Benedicto XVI, el Magisterio no lo hará. El Papa, Mons. Joseph Ratzinger antes de sustituir a Juan Pablo II, era titular de la Congregación de la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio). Como teólogo conservador, jamás cambiaría una disposición que está vigente desde hace 1684 años. Tampoco la mayor parte de cardenales y obispos. Así que pasará mucho tiempo antes de que veamos cambios drásticos en la situación personal de los clérigos. Desde mi punto de vista, en este momento ni la Iglesia ni sus fieles están preparados.
EL CELIBATO Como católico, nunca he estado de acuerdo con el celibato. Lo considero, perdónenme los sacerdotes que me lean, antinatural. Porque si el Génesis dice que Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen y semejanza, y que todo lo creado (incluyendo el cuerpo) es bueno, ¿por qué prohibir a los sacerdotes compartir su vida con una mujer? Infinidad de razones he oído tratando de justificar esa prohibición: “no atendería bien sus obligaciones pastorales”, “el dinero de la Iglesia no llegaría a los pobres”, “Cristo exige a quien quiere seguirle total renunciación”. Justificaciones sobran. La triste e innegable realidad, de la que jamás hablan a los fieles, es que una parte del clero no cumple ni respeta el celibato. Era yo apenas un niño cuando conocí al primer sacerdote con mujer. Le llamaba sobrina. Los hijos eran también sobrinos. A pesar de mi corta edad, me di cuenta que aumentaba la familia del padre, pero al esposo de la dama nunca lo veíamos. Un monaguillo tuvo el valor de explicarme todos los detalles. Aquel cura fue muy amigo de mi padre y llegamos a estimarlo mucho. Lo frecuenté hasta su muerte. Un día me contó su historia. Por él comprendí lo absurdo del celibato. Los pretextos arriba planteados para sostener la prohibición tampoco son ciertos, porque el sacerdote que conocí jamás desatendió sus obligaciones pastorales, no olvidó a los pobres y mucho menos a sus sobrinos. Fue magnífico clérigo y tío. Además de que a aquéllos les dio carrera, murió en total pobreza. Ciertamente falló al juramento más importante: el de renunciar a todo por seguir a Cristo, igual que Fernando Lugo y Alberto Cutié. Sólo que entre Lugo y mi amigo el cura hubo enorme diferencia: Lugo hizo lo contrario de lo que predicaba como sacerdote, pues a sus retoños no les daba siquiera para comer.
Volviendo al celibato hay que decir que no fue instituido por Cristo. De hecho, en los primeros siglos del cristianismo muchos sacerdotes se casaban. Tan es así que en el siglo IV, al celebrarse en el año 306 el Concilio de Elvira, España, el decreto 43 ordenó lo siguiente: “todo sacerdote que duerma con su esposa la noche anterior a dar misa, perderá su trabajo”. Queda claro que no había celibato. Fue hasta 325, durante el Concilio de Nicea, que decretaron que “una vez ordenados, los sacerdotes no pueden casarse”. En 385 prohibieron terminantemente a los curas casados dormir con sus mujeres. Imagínense el lío. Y de ahí hasta ahora… ¡1684 años! En más de milenio y medio, sólo en el siglo IX hubo alguien centrado y con visión de futuro, San Ulrico, obispo. Afirmó que basándose en el sentido común y la Escritura, “la única manera de purificar a la Iglesia de los peores excesos del celibato era permitir que los sacerdotes se casaran”. Enemigos acérrimos del matrimonio sacerdotal y laical fueron conocidos santos y papas: San Agustín escribió, por ejemplo, “nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer”. El Papa Gregorio, llamado “El Grande”, dijo que “todo deseo sexual es malo en sí mismo”. Otro Papa Gregorio, pero VII, declaró que “toda persona que sea ordenada deberá hacer primero un voto de celibato”. Añadió: “los sacerdotes deben primero escapar de las garras de sus esposas”. El Papa Urbano II hizo vender a las esposas de los clérigos como esclavas, dejando abandonados a los hijos. Ah, pero hete aquí esta declaración de S.S. Juan Pablo II, en julio de 1993: “El celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo”. Lo escrito anteriormente no significa que yo promueva la abolición del celibato. Si algún día sucediera, tampoco será motivo para que los curas se acuerden permanentemente que debajo de la sotana “hay pantalones”, como dijo Alberto Cutié. Poder casarse no ha de ser causa de desenfrenos lamentables con los que manchen su ministerio y a la Iglesia. Así como hay hombres y mujeres que con pleno conocimiento, libertad y alegría renuncian de por vida al matrimonio; pudieran seguir habiendo sacerdotes que decidan ser célibes durante toda su vida sacerdotal.
Desde mi punto de vista, no es posible festejar y alabar los descarríos de Fernando Lugo y Cutié, porque en estos tiempos el candidato a sacerdote pasa por muchos filtros, realiza innumerables ejercicios de discernimiento, dialoga constantemente con sus directores espirituales. Muchas oportunidades tuvieron para darse cuenta que el sacerdocio no era su vocación. Coyuntura muy distinta a la que vivió el cura que les mencioné antes, que ingresó a los once años al seminario del que salió convertido en clérigo. Don Fernando y Cutié olvidaron en los brazos de una mujer que su sacerdocio era compromiso, vocación y llamado, circunstancias que llegaron y adquirieron en pleno uso de sus facultades mentales y, creo yo, de madurez. En esas condiciones asumieron y aceptaron ser célibes. Hecho el voto de castidad, estaban obligados a cumplirlo. Juraron ante Dios, la feligresía y el mundo. Lo hicieron públicamente en su momento. Estoy seguro que nadie les engañó, presionó o amenazó. Quizá para ellos el sacrificio era muy duro, pero aceptaron con plena conciencia, así que al notar que no podían cumplir debieron (desde que se dieron cuenta) renunciar al ministerio sacerdotal. El tristemente célebre padre Cutié se ha comportado peor que Fernando Lugo. Las indecencias del presidente de Paraguay surgieron porque llegó a la presidencia, de lo contrario nunca las hubiésemos sabido. Alberto Cutié es para mí un cínico. Tras desatarse el escándalo, por respeto a su feligresía y a sus superiores, debió desaparecer y guardar silencio. Pero inició un rosario de declaraciones como si mereciese ser condecorado. Su actitud dañó profundamente la imagen de la Iglesia, ofendió a sus antiguos feligreses y a sus aún hermanos sacerdotes, muchos de los cuales creían en él.

OBLIGADOS A RESPETAR EL VOTO Los escándalos sacerdotales de los últimos meses, los acontecidos en EU y México por pederastia, el caso de Marcial Maciel y muchos más, no significan que todos los sacerdotes estén prostituidos. La enorme mayoría vive sus votos con fidelidad. Pero no minimicemos la gravedad del problema. Guiada por su habitual secretismo, la jerarquía en lugar de cortar los frutos podridos, los protege cambiándolos de parroquia. Conozco muchos casos. Y aunque sigo considerando que el celibato debe desaparecer, me queda claro que la pederastia, las “sobrinas” y otros excesos de ministros de la Iglesia no son por el voto de castidad, sino por pérdida de valores y de vocación. Infieles y abusadores los hay en todas partes y en todos los ambientes. Y seguirá habiéndolos hasta el fin del mundo. Seminaristas y sacerdotes que no se sientan dignos y aptos mental, física y espiritualmente para comprometerse a una vida de sacrificio y servicio, renuncien, cuelguen la sotana, pero no manchen a la Iglesia ni a Dios. Fernando Lugo, Alberto Cutié y todos los que se encuentren en situación similar o peor, no tuvieron ni tienen honestidad consigo mismos ni con la Iglesia, su jerarquía y sus fieles. Penoso leer estas palabras de Cutié: “¿Me siento mal? No, porque soy un hombre, nunca dejé de ser hombre por ponerme la sotana. Debajo de ella hay pantalones”. Le faltó añadir: bajo la sotana, la macana. Yo digo que mientras exista el celibato los curas tienen obligación de respetarlo, de lo contrario cuelguen el hábito; porque quien pregona desde el púlpito tiene que dar testimonio…O mejor que se vaya.-
carlossarabia46@hotmail.com

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